jueves, 20 de agosto de 2015

El retoño de San Martín

Ya era la tercer vez que cambiábamos las baldosas del patio.
Para ahorrar dinero en albañiles, un grupo de padres (los mismos de siempre) buscábamos material de construcción, comprábamos el piso con el dinero de rifas y  nos encargabamos del trabajo de colocarlos a pesar de nuestros escasos conocimientos de albañilería.Esta vez nos propusimos averiguar la causa del levantamiento del piso, ya que se estaba gastando demasiado dinero año tras año con el riesgo de tener algún accidente algún día. Después de mucho escarbar y rastrear, encontramos que las raíces de un enorme y viejo pino eran la causa de la rotura frecuente del piso del patio. Me fui a la oficina de María Eva (la directora) para comentarle el caso.
"¡Viñales! ¡Ni se le ocurra tocar el retoño de San Martín!" me gritó María Eva salpicando todo con saliva matinal.
Ahi me enteré que San Martín dictó el parte de la victoria de San Lorenzo bajo un pino, del cual sacaron retoños que fueron esparciendo por las distintas escuelas santafesinas, y que un director hace un montón de años trajo uno y lo plantó en el medio del patio.
Así que estábamos perdiendo sistemáticamente el dinero recaudado por las raíces del bendito retoño patrio. "La única manera de sacarlo Viñales, es que se seque solo, o le caiga un rayo." sentenció María Eva.
Cuando le comenté a los demás padres, el vasco Luzuriaga agarró un bidón de aguarrás y encaró el retoño con ánimos piromaníacos. Lo frenaron entre tres justo cuando empezaba el recreo de las dos y media.
¿Qué hacer con el tema?
En eso estábamos cuando apareció Maiztegui, un viejo farmacéutico que siempre nos daba una mano para conseguir vendas, gasas y analgésicos vencidos para completar los botiquines. Después de escucharnos un rato hizo un profundo silencio. Miró el piso y despues de mirarnos serio dijo "Tengo la solución".
Resulta que el viejo había estado desarrollando un herbicida para dedicarse de lleno a los agroquímicos y dejar la farmacia, pero el socio lo dejó plantado y sin un mango, pero en el galpón tenía aún los sobrantes. La idea era convencer a María Eva de reparar la instalación eléctrica de noche para no interferir con las clases y amasijar el retoño con el preparado químico. Cuando tuvimos el OK procedimos.
Nos juntamos una noche en lo de Maiztegui con Luzuriaga y el portero de la tarde que tenía las llaves. Maiztegui apareció con un bidónmetalizado con una etiqueta amarilla fuerte. Fuimos para la escuela en el Renault 4 del portero. Entramos y fuimos hasta el retoño. Maiztegui se puso unas gafas de seguridad y un delantal amarillo de plástico duro. Con unos guantes de goma destapó el bidón. Luzuriaga y yo agujereamos el tallo del retoño con una mecha de 10 mm hasta el centro del tronco en cinco lados diferentes como aconsejaba Maiztegui. El portero llenó con el preparado una enorme jeringa que tenía una aguja flexible de goma para inseminar yeguas. Con la misma llenó los agujeros del retoño y tapamos con barro los orificios al mejor estilo Carrascosa.
Estábamos juntando todo prolijamente para no manchar nada ni dejar rastros cuando nos pareció que el retoño empezaba a erupcionar. Tuvmos la impresión que levantaba temperatura, como si el espíritu de San Martín lo hubiera poseído y nos quisiera devolver la cortesía. Nos fuimos rápido y nos separamos para no volver a hablar del tema.
A la semana María Eva me llamó. Cuando llegaba a su oficina pasé por el patio y vi muy desmejorado al retoño y un dolor me creció adentro. "Viñales, parece que Dios se apiado del piso y de ustedes y está matando al retoño....¿qué le puede estar pasando?¿Usted sabe algo?" me dijo la directora mirando inquisidora. "Se avivó" pensé, "o alguien nos vio". Iba a contarle la verdad y entró la regente diciendo "María Eva, vino Ielpi el concejal a hablar del acto del 17 de octubre".
"Vaya Viñales, vaya. Ya hablaremos de esto" se despidió María Eva.
Desaparecí por un mes mas o menos, no quería saber nada del retoño. San Martín se me presentaba en sueños y me inyectaba herbicida en las venas.No podía más con la culpa y fui a contar todo y a hacerme el responsable de lo ocurrido con el retoño. Entré a la escuela y cuando pasé al patio había un enorme revuelo. Todo el mundo estaba rodeando el retoño de San Martín. Cuando me abrí paso entre la gente, María Eva me agarró del brazo como a un alumno y me gritó "¡Viste Viñales!¡ Dios aprieta pero no ahorca! ¡Mirá el retoño! ¡Está hermoso!"
Y era verdad, estaba hermoso, lleno de brotes verdes y con un brillo en la corteza increíble. No entendía qué había pasado.
La respuesta vino cinco años después, cuando murió Maiztegui. Uno de los hijos nos contó la mala nueva al portero a Luzuriaga y a mí. Dijo que nosotros le habíamos alegrado la vida y que gracias a la cooperadora vivió sus últimos años en plenitud.
Lo único que no se explica es como se le había ocurrido a Maiztegui poner insulina y acido fólico en vidones para herbicida....
Los tres nos miramos, le dimos la mano y nunca más tocamos el tema.
Y el retoño sigue en pie, más lindo que nunca diría Jorge Hané.

2 comentarios:

  1. lindo capítulo de la escuelita..... me quede flasheando un pino en el medio del patio de mi escuela

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    1. Muy agradecido por su comentario Caballero Rossin!!!!
      un abrazo!

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