miércoles, 11 de noviembre de 2015

La escuela tiene mascota


Como cada mañana, la estruendosa voz de María Eva volvía a arrancarme de las garras de Morfeo.

“¡¡¡¡VIÑAAAAAAAAALESSSS!!!!” sonó la grácil doncella malherida. Cuando estiraba solo la letra “A” eran pavadas sin peligro. Cuando no estiraba ninguna vocal, pero le agregaba “Venite YA” era urgente. Pero si estiraba la letra “S” era una incertidumbre, nunca había pasado salvo esa vez que se intoxicó con agroquímicos en mal estado que tenía guardados en el armario de la dirección.

Me tomé medio mate tibio y salí para la escuela a ver qué me esperaba …

Grande fue mi sorpresa cuando veo que la dirección estaba abarrotada de gente. Docentes, no docentes, padres, madres y alumnos me impedían el paso. Cuando se despejaron un poco los ánimos, alcancé ver a María Eva y me dio la impresión que sonreía. Empujé con todas mis fuerzas para llegar a ella, ya que esa expresión en su rostro solo significaba que estaba a punto de dejarnos. Llegué a la silla donde estaba desparramada literalmente María Eva con un mono semidormido en su falda. Me paré en seco y miré para todos lados buscando un palo o algo con que sacarle la bestia de encima a la otra bestia. “¡VIÑALES! ¿Qué hacés? Me vas a despertar la criatura. Hacé silencio de una vez.” No podía creer lo que veía, y lo peor es que todos se habían encariñado con Minguito (le puso así de nombre María Eva al mono, Minguito, por Sarmiento…). Buscá una manta del armario de la de plástica y tráela que lo vas a llevar a vacunar a Minguito así no se enferma de nada. “¡Pero María Eva, es ilegal tener un mono en cautiverio, y mucho menos en una institución pública, es un peligro para todos y sobre todo para los chicos.!” traté de hacerla entrar en razón inútilmente como siempre.

“Pero si no va a estar en cautiverio, Viñales. Él va a ser libre en el patio con los chicos, va a poder jugar tranquilo si es un amor. Miralo bien la paz que irradia, es un ser luminoso y nos va a venir bien por ese temita de pediculosis que anda circulando por ahí. Así que mirés por donde lo mirés, Minguito es todo beneficio, y si no te gusta te vas a otra escuela Viñales. ¡En esta escuela de morondanga mando YO! ¿Entendiste? Y andá a vacunar a Minguito que te espera el veterinario Mendoza, el papá del gordito insoportable de 6to C, que prometió discreción a cambio que lo pongamos de abanderado al nene.” “¡Pero eso está mal María Eva!¡La bandera es sagrada!” le dije.

“Va a ser un acto pedorro Viñales, para la foto nomás. ¡Y andá inoperante que va a caer el turno que te reservé!¡Tratá que no lo vea nadie!” me gritó María Eva, aún cuando ya ella sola se lo había contado y mostrado a medio mundo al monito.

Subí al monito al auto, todo envuelto en una manta de Hello Kitty y lo acomodé en el asiento de atrás. Estaba realmente tranquilo el animalito. Realmente lo había prejuzgado. Fuimos hasta el veterinario que quedaba al otro lado de la ciudad y con mucha discreción, Mendoza nos hizo pasar a Minguito y  mí al consultorio por la puerta de atrás. Lo vacunó y me cobró 500$. “Pensé que había hablado con María Eva de esto. No sabía que tenía que pagar algo.” le dije. “Si, ya sé, María Eva me dijo que sea discreto, pero a la vacuna contra la rabia para monos a mí no me la regalan. Si me decía antes que se la ponga la llamábamos a María Eva, pero bueh. No sea rata Viñales, si paga Cooperadora, ben que ahí usted debe meter la mano en la lata.” Le estaba por acomodar las ideas de una trompada y entró una nenita con un pececito muerto en una bolsita de nylon y Mendoza le había preparado un minivelorio. Me estaba yendo y sentí que Mendoza le estaba reclamando muy cortésmente milquinientos pesos por el servicio fúnebre y la evacuación posterior por el inodoro del pescadito.

Subí a Minguito al auto y empezamos el regreso a la escuela. Cuando íbamos por la avenida más poblada en la hora pico, veo a Minguito que levantó por primera vez la cabeza y empezó velozmente a explorar el lugar. “¡Minguito! Te despertaste por fin. ¿Viste que linda la ciudad? Ya llegamos en un ratito a la escuela.” Le dije al monito que ya empezaba a ponerse más inquieto. De los saltos laterales en el asiento empezó a saltar de atrás hacia adelante. Traté de agarrarlo pero era imposible, parecía eléctrico el animal del demonio. “¡Minguito, mono de mierda! ¡Quedate quieto carajo!” le grité mal, y lejos de calmarse se fue a la luneta trasera, empezó a cagar y me empezó a tirar con los soretes embocándome dos en la nuca. “¡Ahora si me vas a conocer hijo de puta!” le grité y mientras manejaba le vacié un matafuegos al asiento de atrás. Después de un segundo de aparente calma, de entre la niebla salió el diabólico mono y se me prendió de la cara dejándome ciego. Cuando trataba de sacármelo, chocamos contra un auto que estaba parado en el semáforo y Minguito fue a parar al parabrisas quedando atrás del volante. El auto era un recinto irrespirable, entre la mierda del mono y el contenido del matafuegos. Cuando se disipa la niebla, veo un policía que me hacía señas para que baje el vidrio de la ventanilla. “Documentos por favor” me dijo monocorde sin siquiera preguntar cómo me encontraba. Empezó a hacer un acta de infracción y de golpe sacó el arma y me apuntó “¡Ponga las manos donde las vea! ¡Rapido!” al mejor estilo policial yanqui. Me esposó y me detuvieron por un día por tráfico de animales en peligro de extinción. Me cobraron una multa descomunal y quedaron mis antecedentes manchados para siempre. Al auto me lo terminaron desvalijando y lo que quedó lo vendí por chatarra y algo pude achicar la multa.

Aparentemente a los monitos, para llevarlos de tráfico y venderlos, le dan una buena cantidad de vino con azúcar y fruta así se emborracha y queda semidormido y querendón. Y la vacuna que Mendoza le puso a Minguito, le hizo efecto rebote y se sobreexcitó y sumado al encierro, al matafuego, a la música fuerte, el monito se alteró mucho y terminó muerto del corazón.

A los tres días volví a la escuela y todos me daban vuelta la cara.

Había matado nada más y nada menos que a la primer y única mascota de la escuela.