viernes, 10 de julio de 2015

El profesor de música interino...

"¡VIÑALES!¡Venga a la escuela ahora!" Gritó María Eva por el teléfono y cortó. Más o menos tenía 15 minutos para hacerme presente, sino empezaba la andanada de mensajes, llamados y demás instrumentos legales de tortura. Me levanté como pude, esquivé a mi mujer que me tiraba rayitos con los ojos y gritaba maldiciones irakíes.Me clavé dos chicles de mentol y me saqué las lagañas en el camino para parecer presentable. En el despacho de María Eva , la directora, había una suerte de ropero vestido de negro. "Sentate Viñales" me dijo así sin anestesias ni buenos días "Mirá quien va a dar clases de música mientras la alimaña está de licencia psiquiátrica (la alimaña era Norita Centeno, la ex-nuera de María Eva). ¿Lo conocés?¿¿¿NO LO CONOCES VIÑALES??? ¡Edmundo Graciani, el tercer tenor de la orquesta de Pueblo Andino...¡No podés ser tan bruto Viñales!"
Juro que las palabras de María Eva me sonaban como piedras en un fuentón metálico. Una tras otra sin silencios ni pausas. Le extendí la mano a Edmundo y me la trituró de un apretón, acto seguido comenzó a hacer un movimiento ascendente/descendente como pajeando a king kong que me sacó el hombro y me lo volvió a poner tres o cuatro veces."Encantado Viñales" me dijo con una voz que erizó los pelos de la nuca."La música es mi vida y mi misión en el mundo es transmitirla de generación en generación para que la tarea de Beethoven, Mozart y Bach no se pierda nunca."
Yo no entendía que cornos hacía allí, que tenía que ver con el maestro de música, y lo peor, tenía miedo de preguntar, así que casi al final de la presentación en sociedad de Edmundo Graciani, me paré para empezar a desandar el camino de los sueños frustrados. "¡Mostrale la escuela Viñales y llevalo al salón de música!" me gritó María Eva cortándome la paz una vez más. Y el ropero se puso de pie y se me paró al lado y señaló con la pera el camino a seguir. Le mostré rápido todo y lo llevé al salón de música. Desde la entrada Edmundo gritó "¡Un Stenway!¡Que desperdicio!"
Me hizo sentir un poco mal el grandote, y se fue a acariciar el desvencijado piano.Lo abrió y le descargó la humanidad en las teclas y la sala tronó como si hubieran bombardeado el edificio. Fue de las notas graves a las agudas a toda velocidad. No generaba ningun silencio para despedirme. En un momentó paró. En seco. Me miró y gritó "¡La llave de afinar pianos!¡Y tres bordonas!¡Rápido hombre, vaya y traiga lo que le pido!".
Le dije que no tenía idea de que hablaba. Golpeó con el puño en la tapa del Stenway."¡Inútiles! ¡cómo quieren que uno trabaje si no tiene los elementos en orden!"
Ahí el ropero se me vino encima, me agarró de la camisa, los pelos del pecho y la piel, todo junto. "¿Sabe para qué necesito el Stenway? ¿Eh? ¡Para educar!" me decía a escasos milimetros de mi cara. "¿Sabe cuál es mi proyecto? ¡Quiero que estos negros indocumentados de alumnos que ustedes albergan se aprendan de una buena vez el himno! ¿Entiende? ¿¿ENTIENDE O NO?? ¡Quiero que sepan el himno completo! ¡COM-PLE-TO! Este no es una parte de un país. Es un país entero y por eso el himno se tiene que cantar completo. Y alguien tiene que empezar con este proceso de reorganización ¡¡¡ENTIENDE!!!"
Y sonó el timbre del recreo, cuya campana estaba justo en el salón de música. Al oir esto, Graciani se tiró cuerpo a tierra atras del Stenway y con un zapato hablaba codigos de guerra con un supuesto general Sanchez.
Me escapé como pude y cerca de la salida me interceptó el portero de la mañana, "Viñales, ¿qué le pasó que está todo desarmado? Venga acomódese un poco la ropa que está por llegar Edmundo Graciani, el famoso tenor. Tenemos órdenes de María Eva de tratarlo como un rey. Aparentemente va a tomar el cargo de profesor interino de música. Dicen que va para largo porque la alimaña va a quedar en el psiquiatrico otro año más. No tiene suerte con los parientes María Eva. Por suerte su cuñado Edmundo viene a darle una cuota de cultura que tanto le hacía falta a la escuela...¿Lo conocés Viñales?"
Lo siguiente que recuerdo es a la irakí dándome una tapita de un jarabe rico en una habitación acolchada con música de Yiruma. Algo me gritaba pero no estaba en condiciones de entender nada, al menos esa semana.